jueves, 18 de junio de 2009

Malditos comerciales de leche Nido


La verdad es que no tengo gatos porque no me gusta que nadie dependa de mí. Un día tuve un cactus y lo ahogué. Después una gatita me adoptó, me obligó a quererla y cuidarla y se murió -esta vez sin ayuda-. Y es que aún con mis pasadas experiencias cuidando seres vivos, de vez en cuando empieza a sonarme la re-cochina alarma biológica. En ocasiones me sorprende mientras veo un comercial de leche en polvo en la televisión, o cuando mi sobrino de 2 años -engendro maléfico- me saluda sonriente llamándome por mi nombre aunque sólo me vea de vez en cuando.

En realidad no me gustan especialmente los niños, es sólo que a veces tengo curiosidad por conocer a la hija que se me aparece en sueños, hermosa, de ojos y cabello negro como el mío.

Siendo tan lesbiana como soy, encuentro un poco complejo eso de tener hijos. Primero, eliminar las barreras de la famosa "homofobia internalizada" que me hace pensar que ser hija de un par de jotitas es algo demasiado duro para un niño en una recochina sociedad homofóbica como esta; segundo, superar la flojera que me da el sólo pensar en dejar mi hermosa vida adulta llena de copas de vino y música hasta altas horas de la noche, de viajes inesperados y de posibilidades de hacer lo que me venga en gana; tercero, encontrar a la mujer con la que tener un hijo sea una certeza -digo, traer una persona a este mundo no es cualquier cosa-; y cuarto, resolver los detalles de cómo (medios naturales o artificiales) o con quién (por pura biología tiene que haber un padre), eso sin considerar todo lo que empieza cuando un nuevo humanito llega a la vida de alguien...

Tal parece que pensar es un excelente remedio contra las alarmas biológicas. La mía justamente dejó de sonar.

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