viernes, 12 de junio de 2009

Inconformidad crónica




Estoy agotada. Odio ser la nueva, odio no sentirme segura de nada de lo que hago -precisamente por ser la nueva-. Estoy harta de la etapa de búsqueda de aceptación en la que me encuentro: detesto las sonrisitas nerviosas, forzadas, tensas. No soporto sentirme estúpida por entender la mitad de las cosas que me preguntan.


Esta es mi tercera semana en mi nuevo trabajo. Cada vez que me quejo de lo cansada que me siento, me repito una y otra vez que soy afortunada, pero a veces me cuesta convencerme de ello. Creo que soy una inconforme crónica.


El primer trabajo de mi vida adulta era flexible tanto en horario como en actividades. Entraba tarde, podía salir a comer fuera de la oficina, pero no había una clara definición en qué y cómo hacerlo, además las metas económicas altas que tenía lo hacían estresante -nada equiparable a la remuneración que recibía-. Aquel primer trabajo tenía enormes ventajas, pero no, no podía conformarme así que le pedí a Dios, el universo, la madre tierra, la vida o lo que sea, un trabajo "estructurado" y así ocurrió.


Poco tiempo después de anhelar un cambio se me presentó la oportunidad de entrar en la industria automotriz. Adiós salidas a comer, adiós horario flexible, adiós luz del sol, adiós compañeros de trabajo amables y relajados. Los primeros días tenía ganas de golpearme contra las paredes de pensar en las horas de trabajo que me faltaban. La comida era horrible y me caía fatal pero el salario era del doble de lo que originalmente percibía aunque el trabajo era totalmente repetitivo. Los lunes eran iguales a todos los lunes, los martes a los martes, etc.


Finalmente me aburrió ser un número y no una persona así que pedí trabajar en una empresa más pequeña, más cálida. Así llegué a mi trabajo siguiente. Un caos. Los horarios eran un poco más flexibles, pero al ser una empresa mediana, éramos pocos empleados "multidisciplinarios" -palabra bonita que significa "milusos"- así que tenía muchísimo trabajo todo el tiempo. El ambiente era bueno, hice un par de amigos, pero mi jefe era una hermosa mezcla de mezquino, inseguro e incapaz. Fue entonces cuando desee un verdadero cambio, unas "vacaciones", tal vez. Coincidió con que a mi concubina su trabajo la obligó a mudarse así que abandoné mi trabajo y mi independencia económica y me fui tras ella.


Al principio fue delicioso. Ver el sol, tener tiempo de cuidar mi cuerpo y mi salud, dormir hasta tarde, cocinar. Luego empecé a sentirme hueca, aburrida y "aburridora". Las noticias más relevantes de las que podía hablar eran la subida del precio del tomate y lo eficiente que el cloralex es con las manchas. Gracias a mi maldito ego incapaz de conformarse a ser la "esposa" de alguien, empecé a añorar mi trabajo caótico, levantarme temprano, el estatus de ser la "encargada" de algo y sobre todo, mi libertad económica.


Una vez más se cumplió mi deseo. Volví a una empresa para la que soy un número, en la que tengo que seguir un horario estricto, pero en la que soy responsable de algo y que finalmente me regresó la posibilidad de comprar lo que me de la gana sin dar cuentas a nadie. Aún así me siento agotada y nofeliz.


Quejarme es definitivamente mi deporte favorito.

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