miércoles, 27 de mayo de 2009

Puñalada trapera


Eran las 4 de la tarde de un día de trabajo regular cuando sentí que la sangre abandonaba mi cuerpo para mudarse a mis pies. En mi buzón de entrada tenía un correo electrónico de ella.

“Tenemos que hablar. Nos vemos en mi casa a las 7:00pm”.

Había deseado y temido este momento. Con las manos temblorosas le contesté confirmándole mi presencia. ¿Qué querría de mí? Una explicación, claro, pero ¿es que hay alguna manera de explicar una traición?

Llegué puntual a la cita. Estacioné mi automóvil afuera de su casa y sintiendo mis piernas como de chicle, me acerqué a su puerta y toqué el timbre. Me recibió muy sonriente, lo que sólo aumentó mi culpa, aunque no puedo negar que me tranquilizó un poco. Entramos en su pequeño pero inmaculado departamento y subimos al cuarto de la televisión, lugar accesible únicamente para las personas de mucha confianza –que horrible ironía-.

-Ay Amara, pues ¿qué pasó?- me preguntó una vez que estuvimos sentadas cómodamente.

¿Qué paso? Pasó que me enamoré de tu mujer. Pasó que se enamoró de mí. Pasó que te rompimos el corazón engañándote durante meses. Pasó que te robé lo que más amabas, la única persona a la que permitiste la entrada. Pasó que tú y yo éramos amigas.

¿Cómo confesarle que cuando ella salía de viaje por negocios su novia y yo pasábamos horas y horas haciendo el amor en hoteles de mala reputación? ¿Cómo explicarle que cuando salíamos en grupo solíamos excitarnos acariciándonos las piernas mutuamente por debajo de la mesa? ¿Cómo decirle que luché y luché contra este sentimiento y que nada pude –o quise- hacer? ¿Cómo hacerle saber que amo a su mujer y que soy feliz a su lado? ¿Cómo expresar el dolor de la culpa que me carcome y que me hace esperar que en cualquier momento el karma haga lo suyo?

-No sé Anna, sólo pasó-.

Fue lo único que atiné a contestar.

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