viernes, 22 de octubre de 2010

Día #4




Esto ha sido una montaña rusa de emociones. He pasado de la furia al llanto, de la alegría a la frsutración, como si mis neurotransmisores me hicieran una broma cruel.


Ayer se me cruzaron mi ciclo feliz y mi estúpida clase de tanatología con resultados nada buenos. Salí de clase reflexionando acerca del amor incondicional, la importancia de vivir el "aquí y el ahora" y esas tonterías que de poco sirven en la vida cotidiana hasta el punto que, intoxicada de tanta conexión con el universo, fui a su casa - ¿mi casa? ¿nuestra casa?-.


A modo de preparación, mientras manejaba consideré los distintos escenarios: a) no encontrarla, b) encontrarla cogiendo con la otra, c) encontrarla durmiendo placidamente, d) encontrarla llorando por los rincones por mi ausencia. Ah como me hubiera gustado la opción d). La encontré dormida y sola. Hablamos un poco. Sólo quería decirle que yo pensaba que era una buena persona con malas decisiones y que volviéramos o no, todo sería perfecto - maldita serotonina-. Me invitó a dormir -lamentablemente sólo a dormir- y pasamos la noche juntas, abrazadas como si no hubiera cogido con otra a mis espaldas apenas la semana pasada.


Hoy, ya desconectada del amor universal y esas mariconadas, me siento estúpida y expuesta. ¿Qué no era yo la parte ofendida? Es verdad que me ha estado llamando pero fui yo -¡yo!- la que se apareció en casa como si perdonara y olvidara todo. ¿Será que soy un irremediable caso de "delirio de tapete agudo"?


Mi diagnóstico es que tuve una crisis de "extrañamiento" empeorada por un profundo deseo de regresar a ser la era, de sentirme bien, de encontrarme un lugar en el mundo.


Ni modo, lo hecho hecho está.

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