miércoles, 28 de mayo de 2025

Flautas con mucha salsa

Anoche después de 1 año, 1 mes y 25 días, o exactamente 52 lunes (será eso una señal?) rendí mis armas y entendí lo que realmente necesitaba: saberme acompañada en esta guerra contra mi misma. 

Durante un año he estado hurgando en mi cabeza y en mi corazón tratando de perdonar, de olvidar, de maquillar, de racionalizar, de hacer sola el trabajo de dos y anoche me di cuenta de que no puedo; finalmente me rendí. 

"Yo no traje esta basura a la relación y sin embargo soy la única tratando de deshacerme de ella"- le dije. "Me rindo. Que dure lo que dure", agregué. 

Me sentí muy sola luchando contra esta montaña de porquería que de tan grande no cupo más bajo la alfombra y lo llenó todo. Y es que "eleventocanónicodehaceunaño" (aka el amorío clandestino de mi esposa con otra) agregó a nuestra colección personal de fallas maritales toneladas y toneladas de enojo, tristeza, desconfianza y decepción, y yo, como la "arregla-cosas-difíciles" oficial de esta pareja me arremangué y puse manos a la obra tratando de salvar este vínculo idealizado y precioso utilizando un sinfin de artilugios: pedas, canciones dolidas, películas, pláticas con amigas, horas y horas de terapia, oraciones, rezos, meditaciones, promesas, profundas discusiones internas, lágrimas, etc... (poco me faltó para intentar la brujería) y finalmente me di cuenta de que mi vínculo dorado y precioso no era más que un bote de un solo remo que no puede hacer más que dar vueltas y vueltas. Me rendí.

El gran detonante fueron unas flautas con mucha salsa. Platicábamos durante la cena sobre una pareja amiga de nuestro grupo que parece atravesar por una crisis marital (¿epidemia?) y ella se congratulaba de que "nosotras estamos mejor que ellas". ¿En qué realidad paralela vive mi pequeño tazo dorado? ¿Mejor? ¿De verdad para ella lo que sea que tenemos es mejor? Justo una noche antes me dormí llorando hablando con Dios padre, Dios hijo y Dios Espíritu Santo, con la Virgencita María y con todo la corte de ángeles pidiéndoles guía para hacer lo correcto, paciencia para amar sin condición, fuerza para perdonar con toda mi alma y tal vez un poquito de amnesia para olvidar.

El buen humor con el que platicábamos y su referencia al tema me hicieron pensar que era una gran oportunidad para hablar con franqueza y ligereza de nosotras: compartirle mis miedos e inseguridades, sentir su cariño y compresión, escuchar de su boca que no hay nada de qué preocuparme y que no añora a nadie más estando a mi lado. Claramente no fue lo que pasó. 

"No estamos bien"- le dije haciendo una pausa para agarrar aire y sincerarme. Su cuerpo entero se puso tenso y su actitud cambió. Se mostró fastidiada e irritada por el tema. "Siempre quieres hablar de lo mismo"- me dijo. "Nunca hablamos de esto"- dije bajando la mirada a mi plato y cerrándome a toda comunicación como hago cuando me siento herida.

Pasaron varios minutos y dos o tres intentos fallidos de su parte para hablar de mi día. Continué concentrada en mi cena. Ya casi terminando me soné la nariz irritada por el picante a lo que ella a su vez irritada por mi expresó: "¿Y ahora por qué lloras?". Eso fue todo. Dolida le conteste: "No lloro", y sí lloraba, pero por dentro. Lloraba porque me di cuenta de que era inútil seguir paleando y paleando sola, remando y remando dando vueltas y vueltas como una imbécil. Tratando de reparar sola algo que no descompuse sola. Y bajé los brazos. No más. Que esto dure lo que tenga que durar. 

Y por fin respiré y solté. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario